UNA Comunica – Sala de Libros Antiguos: 25 años de enriquecer el presente con la sabiduría del pasado

De repente, Rafael Francisco Osejo, se levantó y pidió la palabra. Con garbo y su impecable atuendo bajo una gabardina negra, se congratuló de que fuese en la Universidad Nacional (UNA) donde se conserva el único ejemplar del libro impreso más antiguo del país, que data de 1830.

Se trata de la publicación Breves lecciones de aritmética para el uso de los alumnos de la Casa de Santo Tomás de la imprenta La Paz, la primera que se instaló en el país.

Hoy día, este libro de 41 páginas impreso en papel de tela está resguardado en la Sala de Libros Antiguos y Colecciones Especiales de la Biblioteca Joaquín García Monge, en el Campus Omar Dengo.

Osejo, fallecido en 1848 en León, Nicaragua, pero traído al presente en la representación actoral de Rubén Vargas, destacó en el acto de clausura de las actividades conmemorativas con motivo del 25 aniversario de la fundación de la Sala de Libros Antiguos.

Este libro fue inscrito el 10 de diciembre de 2019 en el Registro Nacional de Memoria del Mundo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Su custodia y protección relucen en una urna de vidrio apoyada en un mueble de madera, con la iluminación y ventilación adecuadas, dada su antigüedad.

Legado invaluable

Una serie de acontecimientos marcaron el camino para la creación de la Sala de Libros Antiguos y Colecciones Especiales. Académicos de la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje habían expresado su interés por recuperar publicaciones de antes de 1900 y de años posteriores, que reflejaran el pensamiento político, cultural e ideológico de los autores de la época.

Para ese momento, el primer rector de la UNA, el padre Benjamín Núñez había adquirido, a un precio simbólico y a petición de la familia, la colección privada de los hermanos Luis Felipe, Víctor y Alfredo González Flores. En paralelo, el bibliotecario costarricense Enrique Robert Luján le había solicitado a su hija que dispusiera de su biblioteca privada para beneficio de una institución pública y se la ofreció al padre Núñez.

“En cierta ocasión, el profesor Juan Durán Lucio se entera que la biblioteca de la Asamblea Legislativa iba a expurgar sus colecciones de obras que no fuesen de materia parlamentaria. Llaman a la Universidad Nacional para conocer nuestro interés en ellas y fue así como Carlos Francisco Monge, Margarita Rojas, Judith Tomcsanyi y Juan Durán fueron a una reunión y al conocer el valor y riqueza que tenía aquella colección iniciaron el traslado del material a la UNA”, relató en la actividad de clausura Mayra Loaiza Berrocal, directora de la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje.

“Recuerdo que Juan y yo, entre incomodidades, apuros y como auténticos braceros, acomodamos y transportamos como se pudo las pesadas cajas de libros que nos regalaron para la universidad. Hoy día es imposible olvidar aquellas correrías, tras unos libros que tanto necesitaba nuestra institución y que al parecer les sobraban a otras”, relató el académico Carlos Francisco Monge Meza.

Las piezas de aquel ajedrez literario se iban acomodando. Una nueva donación, de la Universidad de California, en Berkeley, Estados Unidos, arribó en un barco hasta la sede de la embajada norteamericana en Costa Rica. Lo que se encontraron fue calificado por el propio Monge como “un tesoro”. Seis libros del siglo XVII, varios más del siglo XVIII y una veintena del siglo XIX constituían aquel acervo.

Se trataba ya de cuatro colecciones y de otras donaciones más pequeñas. La necesidad de abriles un espacio se acrecentaba. El tema despertó el interés del entonces rector, Jorge Mora Alfaro, y él autorizó a Monge, a Durán y a Rojas para ser curadores de aquellas obras y de disponer de un espacio dentro de la biblioteca. “Por allá con un plumero sacudíamos, reparábamos un anaquel desprendido, limpiábamos mesas, sillas y estantes”, recordó. 

Esa labor de recolección e investigación vio sus frutos la mañana del 6 de noviembre de 1998 cuando se realizó la ceremonia oficial de apertura de la sala. Nunca olvidará Monge que el expresidente del Banco Central de Costa Rica, Eduardo Lizano, dejó en manos del exrector Mora, el único ejemplar del libro de Osejo. 

A partir de ese momento la Sala de Libros Antiguos se constituyó, con el aporte de otras colecciones privadas en años sucesivos, en “un patrimonio bibliográfico que habla de nuestra identidad, de nuestras raíces, para conocer a profundidad las ideas que moldearon el pensamiento de nuestra sociedad”, expresó Rita Araya, actual coordinadora de la sala.

De acuerdo con la funcionaria, muchas de estas piezas son únicas y atesoran relatos y saberes que, de otra manera, se habrían perdido o deteriorado justamente por su antigüedad o falta de resguardo. 

“La celebración de estos 25 años no es solo un homenaje al pasado, sino también un compromiso con el futuro, en un mundo cada vez más digitalizado y donde el patrimonio bibliográfico encara nuevos retos. Es nuestra responsabilidad garantizar que las futuras generaciones tengan acceso a esta riqueza”, enfatizó Araya.

Fabiola Campos, directora de la Biblioteca Joaquín García Monge agradeció a nuestras personas usuarias “quienes han llenado esta sala de vida y curiosidad. Ustedes son la razón por la que seguimos trabajando con entusiasmo. En estos 25 años hemos organizado talleres, exposiciones y charlas que promueven el amor por la lectura”.

En el marco de esta celebración, se llevaron a cabo otras actividades que incluyeron una charla a cargo de la Asociación Numismática Costarricense sobre coleccionismo de billetes y monedas antiguas de Costa Rica, una velada artística con grupos de baile folclórico y un desfile de vestuarios de los siglos XVII, XVIII y XIX.

También se realizó un conversatorio de coleccionismo de billetes de lotería y hasta el 20 de noviembre estará disponible una exposición sobre la historia del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), en las instalaciones de la Biblioteca. 

Source
Guillermo Solano Gutiérrez

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